Hace 103 años, durante la Primera Guerra Mundial, británicos y alemanes dejaron la guerra a un lado para jugar un partido entre las trincheras.
En la Navidad de hace un siglo soldados británicos y alemanes, enfrentados en la Primera Guerra Mundial, decidieron espontáneamente que llevaban mucho tiempo matándose unos a otros y que bien podían parar un rato de hacerlo. Ocurrió cerca de la frontera entre Francia y Bélgica, en varios puntos de la línea de trincheras que se extendía desde el Mar del Norte hasta Suiza. Arthur Conan Doyle consideró a la tregua de 1914 como “el único episodio humano en medio de todas las atrocidades que mancharon la memoria de la guerra”.
Según registros y leyendas, fueron los germanos los que dieron el primer paso. El conflicto había comenzado el 28 de julio y esa sería la primera Navidad en guerra. La noche previa, los soldados británicos vieron iluminarse a las líneas enemigas, que a veces estaban apenas a 60 metros, con cientos de velas. Escucharon canciones navideñas y empezaron a cantar las suyas. Al rato, un oficial alemán salió de su escondite, exponiéndose al frío y a las balas enemigas, y gritó: “Soy un teniente, caballeros. Estoy fuera de la fosa y voy hacia ustedes ahora. Mi vida está en sus manos. ¿Alguno de ustedes oficiales saldrán a mi encuentro?”.
Se pautó la paz por un día, para el 24 de diciembre de 1914. La tregua se dio de muchas formas a lo largo de las trincheras. En general, acordaron primero enterrar a sus muertos que yacían congelados en tierra de nadie. Después, tipos que llevaban meses disparándose se mezclaron, se saludaron, cantaron, conversaron y se mostraron fotos de las personas a las que extrañaban y no sabían si iban a volver a ver. Intercambiaron regalos -tabaco, cerveza, cinturones, chocolate, diarios- y compartieron una comida.
Y también, jugaron al fútbol.
Se armaron partidos entre soldados enemigos en, al menos, tres o cuatro puntos de la línea de trincheras. Uno de ellos comenzó, recordó el sargento británico Clement Barker, cuando del lado inglés patearon una pelota al campo de batalla. Cerca de la localidad belga de Ypres, entre el barro, el hielo y la sangre, alemanas y británicos se olvidaron de todo y empezaron a correr detrás del balón. Sin camisetas, sin árbitros y sin armas.
Kurt Zehmisch, un militar alemán que estaba en otro punto de las fosas, contó antes de morir: “Entendimos que era una especie de alto el fuego. Vimos que los ingleses venían y empezamos a hablar. De repente, algunos vinieron con una pelota de fútbol y se armó en un animado partido”. En uno de los partidos los arcos estaban delimitados con los cascos de los soldados, en otro se usó como pelota una lata de comida. Lo importante era jugar.
Bertie Felstead, que murió en 2001 a los 106 años, era miembro de la brigada galesa de fusileros y estaba apostado en el norte de Francia cuando comenzó la tregua futbolera. “No fue un partido propiamente -recuerda-. Podía haber 50 personas de cada lado. Yo jugué porque me gustaba el fútbol. No sé cuanto duró, probablemente media hora, pero nadie contaba los goles”. Un rumor, algo extendido, dice que los alemanes ganaron 3-2. Siempre ganan ellos, se sabe. Pero lo más probable es que ese dato se haya popularizado después de que el escritor inglés Robert Graves escribiera en 1962 una pequeña historia en la que reconstruía la tregua.
Esa extraña Navidad, feliz y efímera en medio de una de las guerras más sangrientas, terminó cuando los altos mandos les recordaron para qué estaba ahí. “Están allí para matar a los hunos no para hacerse amigos de ellos”, escupió un general británico. Un par de horas después, ya se estaban disparando de nuevo. La guerra de trincheras siguió cuatro años más, hasta el 11 de noviembre de 1918. Murieron más de diez millones de personas. El fútbol no volvió a interrumpirlos.
Una escultura en la Iglesia de St Luke en Liverpool, recuerda también esta tregua.
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