La Guerra de la Independencia Española fue una rebelión armada del pueblo español contra el monarca francés José Bonaparte, impuesto en el trono de España por su hermano, el poderoso Napoleón Bonaparte. A su vez, esta rebelión esta enmarcada en el seno de la denominada “Guerra Peninsular”, la campaña militar británica contra los ejércitos franceses que ocupaban Portugal y que después se extenderá a España. El nacionalismo español inventó la teoría de que el ardor guerrillero español derrotó a los franceses y liberó España de las ideas revolucionarias y anticatólicas importadas de Francia. La triste realidad, es que España era incapaz de liberarse sola y si se liberó del dominio francés fue gracias a la intervención británica y a las excelentes dotes defensivas del general Wellington. Por desgracia, el rey depuesto por los franceses; Fernando VII fue uno de los peores reyes de la historia reciente de España. Sin duda, José Bonaparte fue mejor rey que él y su breve paso por el trono español permitió la entrada de las ideas liberales y progresistas que cambiaron la anticuada, ultracatólica y conservadora España para siempre.
El inicio de los problemas que desataron la mal denominada “Guerra de la Independencia” es el tratado de Fontainebleau, firmado el 27 de octubre de 1807 entre España y Francia. Este tratado comprometía a ambas naciones a iniciar una acción militar conjunta para ocupar y repartirse Portugal, nación aliada de Inglaterra en el contexto de las Guerras Napoleónicas que se desarrollaban en Europa entre el Imperio de Napoleón y el resto de grandes potencias. Una de las clausulas de este tratado era el derecho de transito y de alojamiento de las tropas francesas en España.
Aprovechando este derecho, los ejércitos franceses se instalaron en las principales ciudades de España, iniciando una ocupación de facto del territorio español que sorprendió a la débil monarquía española de Carlos IV de Borbón.
El plan de Napoleón era derrocar a la débil y corrupta monarquía española y cambiarla por una monarquía moderna, basada en las ideas de la Ilustración y capaz de transformar España en un país
moderno aliado de Francia.
Napoleón, poco conocedor de la idiosincrasia del pueblo español, estaba convencido de que éste apoyaría entusiastamente sus planes, dada la pobreza reinante en el país y a la corrupción y
escándalos que protagonizaban los reyes. Para obtener sus planes, Napoleón contaba con el apoyo del primer ministro español, Manuel Godoy, amante de la reina María Luisa y el hombre que
gobernaba realmente España, siendo el rey Carlos IV una simple y endeble marioneta, incapaz no solo de reinar sino de tan siquiera pensar por si mismo.
Informado de los planes franceses y viendo que su trono estaba en peligro, el príncipe Fernando, determinó ese mismo año dar un golpe de Estado para derrocar a su padre, Carlos IV y acabar con el gobierno de Godoy. Su intento fue descubierto y el propio Fernando, juzgado en el denominado “Proceso del Escorial”, no tuvo ningún reparo en traicionar a sus colaboradores, acusándolos a ellos de instigar sus actos, y en pedir perdón publico a su padre para salvar así su derecho al trono.
El 18 de marzo de 1808, Godoy instó a los reyes a abandonar España a Napoleón y embarcarse hacía América para gobernar allí, una imitación de lo que había hecho, Joao VI, el monarca Portugués, que había formado una nueva corte en Brasil. Pero antes de que los reyes pudieran consumar su cobarde huida, el pueblo, manipulado por los seguidores de Fernando, se levantó en el denominado “Motín de Aranjuez”, capturó a Godoy y obligó a Carlos IV a abdicar en su hijo Fernando VII.
Napoleón, temiendo que el nuevo monarca pudiera sacar a España de la orbita francesa, “invitó” a la familia real española a reunirse con él en la localidad francesa de Bayona para dirimir el conflicto entre padre e hijo. Napoleón no se anduvo por las ramas y decidió actuar contundentemente para solucionar el problema de una vez por todas. El 1 de mayo de 1808 obligó a Fernando VII a devolver la Corona a su padre Carlos IV, el cual se la regaló poco después a Napoleón, quien, el 6 de junio designó como nuevo rey de España a su hermano José. Fernando VII fue retenido en el castillo de Valençay, donde se dedicó a vivir la vida celebrando constantes fiestas que amenizaran su cautiverio de oro.
La forma en que padre e hijo cedieron la corona a Napoleón es una de las mayores vergüenzas perpetradas por monarquía alguna. A tal punto fue servil Fernando VII, pese a estar prisionero, que Napoleón se sintió repugnado por la actitud de éste y de sus cartas en las que: “No cesaba Fernando de pedirme una esposa de mi elección; me escribía espontáneamente para cumplimentarme siempre que yo conseguía alguna victoria; expidió proclamas a los españoles para que se sometiesen, y reconoció a José…” Para abrir los ojos a los españoles, Napoleón publicó en los periódicos la correspondencia que le enviaba Fernando VII. Pero esta medida de nada sirvió, para el pueblo español, Fernando VII era “el Deseado”, una pobre victima del malvado Napoleón. Un monarca ideal por el cual estaban dispuestos a matar y a morir hasta que volviera al trono.
El 2 de mayo de 1808 se produjo la primera revuelta a gran escala contra las tropas napoleónicas acantonadas en Madrid. Mientras las tropas de Joachim Murat, jefe del ejército francés en España, se disponían a trasladar a Bayona a la infanta María Luisa y al infante Francisco de Paula, hermanos de Fernando VII, la población de la zona decidió alzarse en armas contra los franceses e impedir éste hecho. La dura represión de los soldados franceses contra los amotinados, hizo que la sublevación se incrementara y se extendiera por todo Madrid, alzándose en armas no solo la población civil sino los capitanes de artillería Daoíz y Velarde, los cuales realizaron una heroica resistencia contra los franceses defendiendo el Parque de Artillería de Monteleón. El resto de militares españoles permaneció en sus cuarteles sin intervenir, acatando las órdenes del Capitán General del Ejército, Francisco Javier Negrete.
La sublevación obligó a Murat a hacer intervenir a los 30.000 soldados franceses que acampaban a las afueras de la capital, iniciándose un baño de sangre por las calles de Madrid entre los milicianos armados con navajas y trabucos contra los soldados franceses y los mamelucos egipcios que actuaban como auxiliares de la caballería francesa. Finalmente, como era de esperar, los soldados franceses se impusieron gracias a su disciplina y a su mayor técnica de combate. El 3 de mayo, Murat, con el apoyo de las autoridades militares españolas y del Consejo de Castilla, inició una terrible represión que acabó con el fusilamiento de cientos de civiles que habían sido capturados con las armas en las manos. Es una vergüenza terrible, que las clases dominantes españolas apoyaran la represión francesa ante el temor de que pudiera producirse una “Revolución” que les privara de sus privilegios del Antiguo Régimen.
El 2 de mayo produjo la muerte de más de mil españoles y de 400 soldados franceses, pero poco más. Pese a que los sucesos de Madrid provocaron el levantamiento de algunos pueblos de la zona, como Móstoles y Talavera de la Reina y de las tropas españolas acantonadas en Extremadura y Andalucía, el resto de España se quedó a la expectativa. Poco después, estos levantamientos fueron revocados por el Consejo de Castilla que obligó a todos a mantener la calma y a colaborar con las nuevas autoridades francesas.
A mediados de mayo de 1808, Napoleón proclamó la elaboración del conocido como “Estatuto de Bayona”, la primera Constitución Española, la cual tras ser consultada previamente por una asamblea de notables españoles denominada la “Junta de Bayona” será aprobada el 8 de julio de 1808. Esta primitiva “Constitución Otorgada” y no el patriotismo, será el desencadenante de la sublevación general contra los franceses, pues las clases dominantes no estaban predispuestas a perder sus privilegios y azuzaron a las clases bajas para alzarse contra los franceses y reinstaurar un gobierno absolutista. Estas mismas clases dominantes que no apoyaron el levantamiento del 2 de mayo, ahora estaban dispuestas a todo por conservar sus privilegios sociales y económicos. El pueblo llano, sumido en el analfabetismo y creyendo a ciegas en sus dirigentes, no fue muy difícil de convencer para levantarse en armas, pues la mayoría de personas estaba deseando vengarse de los franceses desde los sucesos del 2 de mayo.
El 23 de mayo la iglesia católica, un par de notables financieros y la nobleza local conseguían el apoyo del ejército y la población civil para levantar en armas a Valencia, constituyéndose dos días después una Junta de Gobierno que declaró la guerra a Francia. El 25 de mayo se sublevaba Zaragoza bajo el liderazgo del brigadier José de Palafox. Días después se suman a la revuelta Murcia y Sevilla, donde se formará la denominada: “Junta Suprema de España e Indias”, órgano de gobierno autónomo que en poco tiempo se convertirá en el órgano de gobierno de toda la España sublevada.
Las colonias americanas, también se sumaran a la sublevación, creando juntas de gobierno autónomas, lo cual significará su independencia “de facto” de la metrópoli española.
El 6 de junio de 1808, los sublevados conseguían su primera victoria. Una tropa de 2.000 soldados y de milicianos catalanes conseguía emboscar y detener en el Barranco del Bruch a una columna de 3.800 soldados franceses que se dirigían a aplastar las revueltas de Lérida y Zaragoza, causándoles los milicianos más de 300 bajas sin apenas perdidas.
A este primer éxito se sumaron las exitosas defensas de Zaragoza y Valencia y. lo más importante, el 19 de julio, las tropas españolas de Andalucía, comandadas por el general Castaños conseguían una victoria decisiva e importantísima, al derrotar y capturar un ejercito francés comandado por el general Dupont en la celebre Batalla de Bailén. Esta victoria dejaba a los franceses en una precaria situación para controlar España y obligó a José I, a abandonar Madrid poco después de su coronación, acontecida el 25 de julio, y refugiarse en Vitoria a la espera de la llegada de su hermano Napoleón y su temido ejercito: “Le Grande Armée”.
El 11 de agosto, el Consejo de Castilla invalidó las abdicaciones de Bayona y el 24 de agosto se proclamó rey, en ausencia, a Fernando VII en Madrid. La victoria de Bailén permitió a España contar con tiempo para reorganizarse política y militarmente, pero éste tiempo fue desaprovechado. Las luchas políticas por el poder, el caudillismo militar y las rivalidades entre el general Castaños y el resto de generales impidieron que se lograra un consenso hasta el 25 de septiembre de 1808, fecha en que se constituyó en Aranjuez la denominada Junta Suprema Gubernativa, formada por los representantes de las juntas provinciales.
Poco después, empezaban los reveses militares, a fines de octubre, el mariscal francés Lefevre derrotaba al general Blake, jefe del ejército norte que defendía la frontera española. En noviembre la cosa se pondría peor, llegaba Napoleón y los 250.000 soldados veteranos de la Grande Armée. Éste formidable ejército comandado por los mejores mariscales de Napoleón, arrasó al mismo tiempo al ejercito británico que operaba en Portugal al mando de John Moore y a la resistencia española; derrotando el 10 de noviembre al general Blake en la batalla de Espinosa de los Monteros y el 26 al general Castaños y a Palafox en la desastrosa Batalla de Tudela, una dura derrota acontecida por las grandes rivalidades y desavenencias entre ambos caudillos y que puso de relieve la incompetencia y falta de profesionalidad del ejercito español, mas parecido a una milicia que a un verdadero ejercito.
El 30 de noviembre, Napoleón derrotaba al general San Juan en la batalla de Somosierra, victoria que le permitió capturar de nuevo Madrid. El 16 de enero de 1809, tras una larga persecución, los británicos eran obligados a reembarcarse tras sufrir una severa derrota en Batalla de La Coruña, batalla en la que murió John Moore.
Los españoles intentaron contraatacar mientras los franceses daban caza a los británicos, dirigiéndose hacía Madrid, donde José I solo contaba con 9.000 soldados para defenderse, pero fueron
derrotados en la Batalla de Uclés el 13 de enero de 1809. Pocos días después, el 21 de enero, caía Zaragoza tras un largo asedio y pese a la heroica resistencia de los aragoneses de Palafox,
resistencia que ocasionó la perdida de más de 40.000 personas entre civiles y militares. La ofensiva francesa continuó con la conquista de Andalucía y solo la pequeña victoria del general
Blake en la Batalla de Alcañiz, el día 26 de enero, pudo dar algo de honra a los débiles ejércitos españoles.
Napoleón había conquistado España y había asegurado a su hermano en el trono en apenas tres meses, una guerra relámpago que se saldó con la derrota total de españoles e ingleses. El 19 de
enero, Napoleón partió de España para enfrentarse a los austriacos, dejando al mariscal Soult a cargo de todas las operaciones.
Pese a la derrota del ejército español y la ocupación de casi toda España, los españoles no se dieron por vencidos e intensificaron la guerra de guerrillas contra los ocupantes franceses. Los guerrilleros consiguieron pequeños logros, desgastando al enemigo y desmoralizando con fulgurantes ataques y con fantasmales huidas dispersándose por montañas y bosques. Las bandas guerrilleras más importantes a lo largo de la guerra fueron las de Espoz y Mina, el cura Jerónimo Merino y las de Juan Martín el “Empecinado”. Curiosamente, todos ellos iniciaran guerras particulares años después; Espoz y Mina y el Empecinado contra Fernando VII y el Cura Merino contra Isabel II.
En abril de 1809 llegaba a la península un nuevo ejército británico al mando del Duque de Wellington, antiguo subordinado de John Moore y el hombre destinado a liberar la Península del dominio francés. El 27 de julio de 1809, Wellington obtuvo su primera victoria al derrotar a los franceses comandados por José I en la Batalla de Talavera de la Reina. Una victoria más que nada moral, pues la llegada del mariscal Soult con refuerzos obligó a los británicos a refugiarse de nuevo en Portugal.
A mediados del año siguiente, 1810, los franceses, comandados por el mariscal Massena iniciaron una ofensiva para reconquistar Portugal y expulsar a los británicos de la Península, pero fueron detenidos momentáneamente por Wellington en la Batalla de Bussaco, el 27 de septiembre de 1810 y definitivamente en la inexpugnable línea defensiva de Torres Vedras, que protegía la península de Lisboa. Pero pese a estos pequeños triunfos británicos, los franceses de Massena, habían tomado la importante ciudad fortificada de Ciudad Rodrigo y habían recuperado gran parte de Portugal, encerrando a los británicos en Lisboa.
A principios de 1811, las tropas francesas, hambrientas y enfermas por la escasez de suministros iniciaron la retirada de Portugal. Wellington aprovechó éste momento, para salir de su madriguera de Lisboa y lanzar una contraofensiva en persecución de los franceses que le permitiría liberar Portugal. La campaña de persecución de Wellington se coronaría con una victoria en la Batalla de Fuentes de Oñoro, el 5 de mayo de 1811. Pero esta victoria fue contrarrestada por la toma de los franceses de la ciudad fortificada de Almeida el día 11 de mayo. El 16 de mayo, ambas fuerzas volvían a enfrentarse en la Batalla de la Albuera, localidad cercana a Badajoz, ciudad clave del dispositivo defensivo francés. En esta batalla participaron junto a los ingleses y portugueses, 14.000 soldados españoles comandados por el general Blake y el general francés al servicio de España: Carlos de Espagne. La batalla fue durísima y acabó en tablas, sufriendo los británicos terribles pérdidas; 4100 muertos, entre los que destaca la perdida de toda su 2ª brigada de infantería, destruida por la caballería polaca, (la brigada perdió 1054 de sus 1615 hombres). En total, los aliados sufrieron casi 8.000 muertos frente a los 6.000 de los franceses, acabando así la ofensiva de Wellington sobre España, el cual volvió a Portugal para asumir una posición defensiva.
El principal problema aliado era que las victorias de Wellington eran simples victorias tácticas que no conducían a grandes victorias estratégicas, ocasionando que la guerra en la Península fuera más una guerra de asedio y desgaste, desastrosa para los civiles, que una guerra de movimientos. Wellington era un general que basaba sus victorias en atrincherarse con su ejército y dejar que los franceses se estrellaran contra sus poderosas defensas y el mortífero fuego de sus bien entrenados soldados, pero a parte de eso, no sabía hacer mucho más…
En octubre, los franceses, aprovechando que Wellington estaba a la defensiva en Portugal, decidieron acabar con el ejército español, derrotando al ejército de Joaquín Blake el 25 de octubre de 1811 en la Batalla de Sagunto. Esta victoria permitió a los franceses asediar Valencia, la cual cayó el 9 de enero de 1812.
Pese a que la situación no acababa de decantarse para ninguno de los dos bandos, la invasión de Rusia que emprendió Napoleón cambió todo el panorama estratégico e impulso a los británicos a lanzar una ofensiva definitiva que expulsara a los franceses definitivamente de la Península.
Los primeros movimientos de Wellington en su ofensiva fueron el asedio y conquista de las importantes plazas fuertes de Ciudad Rodrigo y Badajoz. En éste último asedio, consumado el 6 de Abril de 1812, las tropas británicas y portuguesas, en venganza por las enormes bajas sufridas, mas de 5.000 hombres, se dedicaron a saquear la ciudad de Badajoz, emborrachándose, matando a cuanto francés que encontraban, violando a las mujeres españolas y robando las escasas posesiones de los campesinos pacenses. Un macabro y abominable acto, tratándose de una ciudad aliada, que manchara por siempre el honor del ejército británico.
Tras estas victorias, Wellington se dirigió hacia Salamanca, derrotando a los franceses el 22 de julio en una batalla decisiva en los Arapiles que le permitió conquistar Madrid, escapando los franceses hacia el norte de España. Wellington continuó su ofensiva hacia el norte de España, pero su estúpida obcecación en tomar plazas fuertes, le mantuvo asediando infructuosamente la ciudad de Burgos hasta que los franceses tuvieron tiempo de mandar refuerzos, obligando a Wellington a emprender una vergonzosa y difícil retirada hacía Portugal que le costó perder el 10% de sus hombres, siendo esta la mayor derrota sufrida por Wellington en su carrera.
Aprovechando la destrucción de La Grande Armée en la desastrosa campaña rusa de Napoleón, y la escasez de tropas francesas en España, ya que muchas tropas francesas acudieron a reforzar a Napoleón, Wellington inició una nueva ofensiva en 1813. Esta vez la ofensiva británica fue más fácil y obligó a José I a abandonar Madrid y casi toda España para refugiarse de nuevo en el norte de España. Esta vez Wellington haría las cosas bien y lograría una victoria definitiva el 21 de junio de 1813 en la Batalla de Vitoria. Esta victoria decisiva expulsó a los franceses de España definitivamente.
Wellington conducirá al ejército aliado a una infructuosa invasión de Francia, aunque la derrota y destierro de Napoleón pondrá fin a la guerra rápidamente.
Por su parte, Fernando VII una vez liberado regresó a España el 14 de marzo de 1814, encontrándose el país bastante cambiado. El gobierno ilustrado de José I y los “afrancesados”, los ilustrados españoles que lo apoyaban, quisieron llevar a cabo una reforma política y social de España basada en los principios de la Ilustración y de la Revolución Francesa: una sociedad basada en la razón. Y, pese a que no habían conseguido modernizar España, habían conseguido que las ideas ilustradas calaran en sus enemigos. Las Cortes Generales celebradas en Cádiz proclamaron la Constitución de 1812 como una alternativa española a la ilustración francesa. Éste triunfo del modelo de gobierno liberal será rechazado por Fernando VII, el cual decidió reinstaurar el más puro absolutismo nada más llegar al país, generándose a partir de entonces conflictos entre liberales y conservadores que marcarán todo su reinado y el resto del siglo XIX.
La terquedad de Fernando VII, “el Deseado”, en reinstaurar el absolutismo provocó además la sublevación de las colonias de América, las cuales conseguirán su independencia tras una ardua lucha contra España. “El Deseado” pronto se convertirá en “el Odiado”…
Además de las graves consecuencias políticas que generó la contienda, resumidas básicamente en la destrucción de España como potencia de segunda fila y en la separación de los españoles en dos bandos irreconciliables: liberales y absolutistas, que se enfrentaran a muerte en las Guerras Carlistas, España sufrió una terrible mortandad en esta Guerra de Independencia, casi 300.000 personas murieron directa o indirectamente por causa del conflicto, las epidemias y las hambrunas generadas por la destrucción de la economía.
El estado se sumió en una terrible bancarrota y se perdió una gran cantidad de patrimonio cultural a consecuencia de los saqueos de franceses e ingleses.
La destrucción de la incipiente industria y la represión sobre la burguesía liberal, conllevó el embrutecimiento cultural y económico de España, reforzándose el ultra catolicismo, el analfabetismo y la riqueza de los terratenientes.
La Guerra de Independencia no fue una verdadera guerra de independencia, Napoleón no había sojuzgado a España, solo había cambiado la dinastía reinante; José I gozaba de independencía politica y se había respetado la integridad de sus Estados. En realidad no había mayor diferencia que cuando la llegada de Felipe V al trono. Se había cambiado una dinastía francesa como era la de Borbón por otra, simplemente eso. Por eso que la Guerra de Independencia es mas parecida a una Guerra Civil. Una verdadera Contrarrevolución encabezada por las clases altas y la Iglesia para defender sus antiguos privilegios, privilegios que estaban seriamente amenazados por las reformas ilustradas que querían realizar Jose I y los afrancesados.
Creo que en aquella ocasión nos equivocamos de enemigo y el precio que pagamos fue demasiado alto, no solo perdimos las colonias de América, o nos sumimos en un atraso cultural y económico que nos convirtió en un país tercermundista, sino que la población quedó tan fraccionada que se enzarzó en sucesivas y sangrientas guerras civiles para intentar hacer prevalecer su posición. Nefastos efectos que aún prevalecen en nuestros días.
A los que quieran profundizar sobre el tema les recomiendo la lectura del magnífico articulo: “La Invención de la Guerra de la Independencia”, escrito por José Álvarez Junco, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.
Fuente: senderosdelahistoria (Marco Antonio Martín García)
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